domingo, 10 de julio de 2011

salí de casa despues de discutir con mamá y papá, indecisa, nerviosa, malhumorada, en una tarde con un sol hermoso que pareciera ser primaveral. Salía a verme con mis amigos, de los que yo decidi distanciarme, donde yo decidi hacerme a un lado. Sabía que eran los últimos ratitos del sol, y aun asi lo estaba desaprovechando. Camino por guillón y llego a una esquina donde un perro empieza a ladrarme, a seguirme y gruñirme durante casi una cuadra, yo lo espantaba probando distintas tecnicas, según mi amigo mauro la mejor manera es haciendoles frente, asique me paré y le dije con mala cara: basta! pero me siguio hasta que se aburrió. Hastiada, asqueada, nerviosa, decidi sentarme al sol y pensar. Había quedado ir a lo de un amigo, pero necesitaba no hacerlo. Cerca de una esquina había un rincón con sol para un ratito (según la forma de los arboles cercanos aproximé que me quedaba sol un rato). Busqué mi cuaderno cuando me di cuenta que había olvidado la lapicera. Bueno, solo me queda el sol, pensé. Durante los diez minutos que estuve dos personas diferentes se pararon a preguntarme si estaba bien, en su cabeza no entraba que alguien quisiera sentarse en una vereda. Sentí como progresivamente iba absorviendo su energía-la del sol- casi de forma literal. No hubieron pensamientos muy trascendentales, ni un llanto que me calmara alguna angustia perdida por mi cuerpo, pero durante esos diez minutos me sentí otra persona. Cuando volvía para mi casa, sin darme cuenta volví pasando por la misma esquina donde me crusé con aquel perro. Otro perro, un negro grandote, vino a hacerme fiesta, y lo acaricié durante un rato. Cuando me vió aquel perro, cuando vio la escena, simplemente se fue para otro lado, después pasé a su lado, y me miró y empezo a ladrarle a un auto que se acercaba. Yo seguí mi camino.

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